sábado, 6 de julio de 2013

Acúfenos: Sección acúfenos en las artes: Musica

Senderos que se cruzan

Cincuenta y cinco segundos de música nueva de Mark Hollis y el regreso al disco de My Bloody Valentine, dos nombres que cambiaron el rock de los 90.


Esto es híper dinámico y ultra destilado”, dijo uno. “¡Dios está de vuelta!”, exclamó otro y un tercero pidió cordura. “¡Paren un poco!”, dijo, “es sólo un fragmento de música.” Entonces, un cuarto reflexionó: “Sólo cabe esperar, rezar para que esto sea un preludio del nuevo material del Maestro…” El desaforado intercambio puede leerse bajo el post “ARB Section 1 (2012)”, en YouTube.

Son apenas 55 segundos de música, pero es lo único que mostró el inglés Mark Hollis desde su homónimo disco solista de 1998.

Para la época, la aparición de este disco fue en sí una sorpresa. Como líder del grupo Talk Talk, Hollis aportó el clásico ochentoso “It’s My Life” y se retiró a una casa de campo para grabar un álbum prácticamente instrumental, Spirit Of Eden , de 1988.

Su fracaso comercial derivó en una crisis con la discográfica EMI, pero Hollis se mantuvo fiel a su visión de canciones extendidas con dispersos arreglos de jazz, que coronó con el último álbum de la banda, Laughing Stock (1991).
Sin el bajista Paul Webb, con bronces, armónica, siete intérpretes de viola y un delicado trabajo en los platillos del baterista Lee Harris, Hollis y su imprescindible colaborador, el tecladista y productor Tim Freese-Green, habían logrado un álbum único, sin melodías sino bloques que circulan como un oratorio.

Laughing Stock no es un disco pop, pero tampoco es la negación de la canción que alientan subgéneros como el noise , el pos industrial y desprendimientos afines.

Hollis había encontrado la fórmula para un rock casi de recogimiento, pero el meticuloso logro, su engranaje místico y cerebral, parecía difícil de repetir.

Hubo que esperar siete años para que Hollis mostrara algo más. Ya desde el título y su mínima presentación , Mark Hollis (1998) es un álbum austero, acústico, donde las canciones toman su tiempo para empezar y terminar.
Hollis se limita a decir lo esencial; los crescendos y la suspensión tímbrica son reemplazados por espartanas cadencias de guitarra y raleadas explosiones de clarinetes, trompeta y fagot.

Como Spirit Of Eden y Laughing Stock , el disco resultó un logro artístico, imposible de replicar o interpretar en vivo. En el ínterin, la crítica había laureado a Laughing Stock como precursor del post-rock y de bandas como Radiohead o Sigur Rós.

Pero el hombre desapareció del radar. Creció la idolatría a través de páginas web, grupos de Facebook y un blog que, entre entradas vacías, a menudo lamentaba: “otro día son noticias de Hollis”. Hasta que el día llegó, en diciembre último, del modo más impensado.


Los 55 segundos de ARB Section 1 fueron incluidos en un episodio de la serie Boss y forman parte de la banda sonora para un filme ( Peacock , de Michael Lander) que finalmente no se utilizó. Lo curioso es que el regreso de Hollis coincide con el de My Bloody Valentine, cuyo álbum Loveless (Creation, 1991) fue tan determinante como Laughing Stock para la evolución del rock contemporáneo.

A 22 años de aquel disco (probablemente, el último clásico de rock vanguardista), los irlandeses volvieron con un sonido intacto, como si nada hubiese ocurrido desde Loveless.

Significativamente, el disco salió primero como descarga y el 22 de febrero se publicó su soporte físico. También significativamente, si se quiere, tanto el título del álbum (mbv, sigla minúscula del grupo) como el arte de tapa (un espantoso gráfico de computadora) parecen alentar a la piratería.


Nacidos con la segunda ola retro sesentas que siguió al punk (breve movimiento llamado C 86, en honor a un casete compilado de la revista Melody Maker), los MBV experimentaron con la canción ruidosa de Jesus & Mary Chain y la base monolítica de grupos hardcore como Hüsker Dü, pero mantuvieron el espíritu psicodélico de “Strawberry Fields Forever”.

Sólo ellos pudieron darle un sentido nuevo a la psicodelia, en un álbum tan esencial como Isn’t Anything (Creation, 1989). Y tras el verano del amor energizante de las fiestas rave, el líder Kevin Shields transfiguró aun más las canciones bajo tormentas de capas de guitarra. De ese proceso salió Loveless , algo así como el Smile de los Beach Boys para jóvenes nihilistas.

No hay nada novedoso en el nuevo disco de My Bloody Valentine y, sin embargo, nadie puede decir que sea malo ni (mucho menos) que alguien pueda sonar remotamente parecido.
Para una banda que en los noventa inspiró a decenas de grupos (sin ir más lejos, al Soda Stereo de Dynamo ), esto es un logro.
La fórmula es un secreto de Shields; lo que se percibe es un beatífico tsunami de guitarras donde, de vez en cuando, emerge una engañosa voz celestial (la bajista Belinda Butcher). Es una estética que nace de extremos irreconciliables, como querubines en un baño termal.

En cierto sentido, Shields y Hollis son los últimos vestigios del artista pop ermitaño, atormentado y genial; la clase de Prometeo que en los sesenta encarnaron Brian Wilson, Jimi Hendrix y (sobre todo) Syd Barrett. Los dos cargan con máculas.

Shields contrajo acufenos por los altos decibeles de su música; Hollis, un perfeccionismo extremo que paraliza la gestación.

Dominic Miller, el guitarrista de Sting que vivió su infancia en nuestro país, dijo hace dos años a quien escribe: “Mark es el único tipo al que considero un genio. Nadie graba como él.

Ojalá volvamos a escuchar algo suyo, pero lo dudo”. Posiblemente nunca escuchemos más de Mark Hollis; parece demasiado celoso de su intimidad. Pero esos 50 segundos de música coinciden con la reaparición de Shields, otro genio recluso. ¿Coincidencia? ¿O será otro fenómeno de la manía por lo retro, con sus nuevos vientos de antaño?

fuente: Diario Clarin,  Argentina  Junio 2013

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