Todo fuera. Deja que desaparezca.
Porque si te fijas, si escuchas con atención y te colocas un momento, un par de segundos, ante esta imagen, ante cualquier imagen, tus oídos dejarán de hacer vacío. Plof.
No habrá más ruido y sí mensaje, sí memoria, y podrás escuchar su historia, las historias que quieras. Todas las que quieras.
Lo que no se ve: la palabra y la imagen era el título de la charla que Manuel Rivas (A Coruña, 1957) impartía ayer dentro del ciclo Voces en el Museo. Como pieza de inspiración, el autor había escogido el Ecce Homo de José Ribera.
—Imaginería barroca y Cristos dolientes: no son conceptos que asocie uno precisamente con Manuel Rivas...
—Bueno, todos tenemos una zona de sombras (sonríe).
Yo estoy interesado en toda la historia del arte porque creo que toda obra cuenta algo de una voz, aunque se englobe dentro de una tradición mayor.
En este caso, la elección, como suele decirse, la hizo la obra.
Y Cristo, probablemente, sea el icono más repetido a lo largo de las épocas y por distintos autores.
Con lo difícil que es, históricamente, encontrar una representación a escala humana de la divinidad.
Cuando surgen los monoteísmos, de hecho, se trata de evitar la representación del Ser Supremo.
—Pero luego viene la reacción: los iconos ortodoxos frente al credo musulmán, la profusión de imágenes en la Contrarreforma...
—En este caso, en principio, se trata la iconografía como instrumento propagandístico, y también, como sello y como elemento de intimidación.
Pero los artistas de la época le terminan dando la vuelta a eso.
Estos Cristos y santos con rostros de mendigos, de desahuciados, de prostitutas, que vemos en el hiperrealismo de Ribera o Caravaggio marcan una gran diferencia. Intentan ser transgresores, ir más allá de la propaganda de la Iglesia.
Cristo es ahora ese ser pobre y solitario al que nadie reclama: es un retrato del abandono, que es el gran tema de la literatura.
La de Cristo es una historia muy similar a la de muchos cuentos clásicos, en los que el héroe ha de lidiar con el abandono literal o el rechazo.
Así, el Ecce Homo desvela un secreto pero también lo construye, y sirve de nexo a los Cristos anteriores y los por venir.
—Siempre ha defendido esa intuición o reflexión privada como manera de llegar al corazón auténtico de una historia: la legitimización de la subjetividad frente a la objetividad pura.
—Sí, esto es cierto en literatura y en periodismo si, digamos, aceptamos periodismo como una forma de literatura naturalista..
—Digamos...
—Lo primero que hay que hacer es escuchar.
En Galicia, entre los marineros existe la figura de los “escuchadores”, que eran los encargados de entender el mar. “Tienes una oreja más larga que otra”, les decían, como si fuera una caracola. Pues esta actitud es muy importante, es la contraria a dominar.
No dominar era, precisamente, uno de los mandamientos que sugería Camus a la hora de escribir.
Si lo que tratamos es de hacernos oír, entonces estamos hablando de otra cosa.
Lo que hay que averiguar es qué hay detrás de ese silencio. Esa voluntad de no querer dominar se nota también en las palabras, que a veces parecen cansadas de decir, un poco quemadas. Pero si estás en actitud de no dominar, las palabras acuden.
—Acaba de publicarse en castellano un pequeño ensayo de Stéphane Hessel, ‘Indignaos’, con prólogo de José Luis Sampedro. Llama la atención que sean dos nonagenarios los que nos convoquen a protesta.
—Yo he escrito el prólogo de la edición gallega del libro, lo que me da que pensar que lo mismo ya no soy tan joven... (risas) Sí, choca con esa idea de rebeldía como cualidad exclusiva de la juventud.
Pero por supuesto que hay que ser rebelde: la indiferencia es la principal causa de mortalidad en nuestro mundo.
La indignación social es la única forma que tenemos de reaccionar en una época de injusticias tan evidentes, donde la información a veces se usa para tapar lo que acaba de salir a la luz, como le sucede a un personaje de una novela de Mankell, que descubre que donde está excavando para encontrar unas pruebas hay otro tipo echando tierra encima... Imagino que decir “no” es la única forma que nos queda de decir “sí”.
Pero hay que tener valor para hacerlo, que no siempre es fácil.
(Bajando hacia la conferencia, Manuel Rivas dedica uno de sus libros. Dibuja, con el dorso de la pluma, algo parecido a un velero. Y al lado, el siguiente mensaje: “Re-existencia”).
Fuente: www.diariodecadiz.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario