En la Secundaria solía ir a estudiar a un parque dentro de un campo petrolero llamado “La Cróele”. Allí, con una sillita de extensión, repasaba las materias para los exámenes finales. Debajo de un cují, en solitaria paz, leía y memorizaba cuantas fórmulas, fechas, nombres, ecuaciones y derivadas podrían preguntarnos los profesores del jurado.
Fue un jardín natural: grama verde como piso, flores silvestres que a cada cierta distancia coloreaban el ambiente. El sonido chasqueado de un crujir constante, sin intermitencias, y en coro múltiple: eran las chicharras que moran en ese paraje. Las chicharras son una suerte de saltamontes que al raspar ciertos elementos de su boca emiten una onda sonora intensa y se oye a distancias lejanas. Para ello es necesario no mezclarlas con los ruidos propios de la civilización. Esa melodía me ha acompañado muchos años sin que le preste mayor atención.
¡Cuál no sería mi sorpresa que estando en plena ciudad, con ruidos de automóviles, gritos de pregoneros y verduleros, seguía escuchando a mi chicharra!
Durante unas vacaciones en playa La Restinga, con un silencio absoluto, aparece el canto incesante de mi amiga la chicharra. Acostumbrado a recibir sorpresas toda mi vida, pensé que la chicharra me perseguía donde quiera que estuviese y me hacía recordar mis años de estudiante en Maracaibo. Curiosamente, y con un dejo de preocupación, decido investigar sobre las migraciones de los saltamontes, bandadas y plagas mencionadas en la Biblia, y por qué me acompañaba a mí.
Dentro de la incipiente cultura sobre medicina que pudiese uno abarcar, pensé en atribuirle el canto de la chicharra a una leve alza de tensión, cosa que descartó mi facultativo, aunque me recomendó tomar una cita con el otorrino.
Una vez practicados los exámenes de rigor, la audiometría y extracción de cerumen,
el diagnóstico fue un daño en ambas cocleas, como consecuencia probable de golpes. De allí el veredicto: Tinnitus. ¿Y ahora? ¡Vas a tener que vivir con eso! Sabe qué, doctor, hasta ahora me ha acompañado,perseguido y viajado conmigo.
Mi chicharra seguirá conmigo y tendré el consuelo de que mientras ella cante, es señal de que yo sigo vivo.
Sigamos cabalgando, Sancho, que mientras suenan las chicharras nos publicarán los artículos.
Max Sihman / msihman@cantv.net
Fuente: Nuevo Mundo Israelita de venezuela
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