jueves, 10 de febrero de 2011

Acúfenos: Sección articulos de opinión literaria

La traducción

02.02.11 - 01:50 -

Se me antoja pensar que entre las muchas mentes que han tenido curiosidad por saber noticias divinas, algunas habrá que se hayan preguntado por qué dios es dios. 
Como puede observarse por la grafía, por esta vez al menos, solamente me refiero a los dioses humanos, que no estamos ni mucho menos en el monoteísmo sino en un politeísmo galopante, que los dioses emergen imposibles de contener desde las mismas raíces del ser humano, que 'esto', es decir el planeta y no digamos nuestro entorno, está lleno de diosecillos endiosados que todos conocemos aunque a la hora de la verdad nos callamos y no los señalamos, que en eso consiste nuestra cobardía y su vanagloria. 
Los síntomas pueden ser varios, pero lo más general es que con mayor frecuencia, lo que con insólita fuerza late es la megalomanía. 
Megalómanos mentales en el fondo de la cuestión pero con inmediata proyección, seguramente, a lo formal. La forma es el último asiento de la megalomanía. 
La megalomanía acecha a la divinidad para vestirse sus oropeles. Todas las pasiones humanas llevan implícita su traducción, y en este caso, esa traducción consiste en caminar por las anchas avenidas del 'kolosalismo'. En el megalómano, son fáciles de conocer tanto sus proyectos como sus producciones. 
 
Todo 'kolosalismo' resulta ser emblemático. «Por sus 'kolosalismos' los conoceréis», pero la pregunta más importante es la que se formula indagando sobre cómo se forman esos diosecillos. Cuando se sabe el origen de los dioses (y para ello no hace falta leer ni a Cicerón ni a Boccaccio, expertos en la materia) basta solamente con conformar un silogismo de rango básico o darle vuelta a la pregunta e indagar excavando y escarbando en el potencial de si puede alguien no convertirse en dios cuando se le viste con dalmática de tantos halagos como hemos visto vestir a algunos, que la más fácil masticación, aun con dientes mellados, es cuando el bocado está revestido (y no sé si decir también que 'revenido'), de azúcares vanidosos que suelen ser siempre tan digestibles, con lo que la operación translativa se nos hace tan sencilla, tan asimilable, tan indehiscible, y la traducción (más bien sinonimia) es que la vanidad hace dioses, y el antropo divinizado se muestra, como en un nuevo Sinaí, por vías del kolosalismo.
Jorge y Fernando. En viejos tiempos del cómic, alguno quedará todavía para contarlo (yo, entre ellos), Jorge y Fernando eran dos jóvenes aventureros encuadrados con su pantera, en la Patrulla de Marfil, a las órdenes del capitán Cordón, pero es éste, únicamente una pincelada gratuita y sin venir a cuento, ya que estos Jorge y Fernando de los que vengo a hablar ahora, nada tienen que ver con aquella patrulla y contaré que, cuando los encontré el otro día, estaban ahí, en la plaza que se abre frente a la Iglesia de San Ignacio, en el Gros más puro y duro, hablando, sobre todo de literatura, como en ellos es habitual, y, concretamente, en ese momento, de 'Madame Bovary'. 
 
Por si no se supiere (aunque sí lo sabemos, y bien, todos), hay en esta ciudad donde resido y vegeto, una muy mala costumbre (entre otras muchas), que nos hace sufrir en manifiesta crueldad, a los que vacilamos al charlar a pie enjuto, es decir sin mojarnos con la ayuda de bastones o paraguas, el pensamiento andando y desandando entre el miedo y la zozobra de caer redondos, altos los acúfenos pese a los sinapismos de la razón que no quiere percatarse de su existencia. 
 
Y, hablando así en esa esquina de la plaza, entre efluvios vegetales procedentes de la frutería cercana, mientras la mañana discurría y transcurría en declive hacia la tarde ya tangible, ahí estaban Jorge y Fernando hablando sobre la amenidad o no de 'Madame Bovary', no de sus aventuras o desventuras o de su proyección o sociológica o sexológica, etc., que de ello nos hizo saber en primera instancia el llamado Gustave Flaubert (1821-1880) como tampoco del fenómeno del tedio en la burguesía rural y de su precipitado disolvente del matrimonio como nos han hecho ver tantos de sus exégetas, etc., etc. 
 
Acaso de lo que los conspicuos amigos no se percataban en ese preciso momento es de que, en lo que a Flaubert respecta, había que matizar, y mucho, en la confluencia del estilo y de la exigencia escritural de su autor, de sus exquisiteces lexicales y gramaticales de todo tipo, todo lo cual nos llevaba a un desvarío de la traducción en personajes como éste de Flaubert, tan manifiestamente distintos, comparable, en cierto modo, este intento, con el absurdo, que aquí sí se haría evidente, de tratar de traducir la prosa de un Gabriel Miró a cualquier lengua distinta del castellano original, lo que ni al más descabellado traductor se le ocurriría por saber que sería un total fracaso.
 
De arquías y monodias. Hecha la ley, hecha la trampa. Hay que reconocer que, muchas veces al menos, cuando Jehová se ponía a hacer cosas, las hacía bien y dejaba perenne ejemplo. Un caso, el concerniente a Babel, episodio incurso a modo de calzador en la Biblia, y que nos hace recordar inevitablemente a los dioses antropomorfos del Olimpo griego y romano. 
 
La ingenuidad de Jehová a lo largo de todas las páginas de la Biblia, se densifica, aún mucho más, cuando sobreviene ese episodio del Jehová punitivo por temeroso y su eficaz ardid ante los proyectos humanos para despojarle del trono, sentimiento que debe de habérseles presentado a todas las arquías que entonan su poder en monodias solemnes y que dejan de canturrear de esa forma cuando vientos contrarios de incontrolables violencias les zarandean y expulsan, como está ocurriendo estos mismos días con el faraón de Egipto, que es en tales ocasiones cuando nos damos cuenta de que estamos ante traducciones inevitables.
fuente: diariovasco.com

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